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viernes, 27 de abril de 2018

Abril2018/Miscelánea. ¿QUIÉN FUE EL MINISTRO JOSÉ IBÁÑEZ MARTÍN?

Instituto que mandó construir José Ibáñez Martín
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Transcribimos aquí bajo varios textos biográficos  que nos ayudarán a comprender mejor la vida de José Ibáñez Martín, natural de Valbona y ministro de Franco.
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Ibáñez Martín, José Texto GEA 2000
(Valbona, T., 1898 - Madrid, 1969). Ministro de Educación Nacional durante un largo período del franquismo. Estudió en Valencia las carreras de Derecho y Filosofía y Letras, obteniendo premio extraordinario en ambas licenciaturas. Ganó oposiciones a cátedras de instituto, con el número 1, y ya en Murcia servirá fervorosamente a la Dictadura de Primo de Rivera como presidente de aquella Diputación provincial y miembro de la Asamblea Nacional. Durante la II República conoce a José Antonio Primo de Rivera y a Gil-Robles, a cuyo lado obtendrá el escaño de diputado de la C.E.D.A., a la vez que establece importantes contactos con Acción Española y la Asociación Católica Nacional de Propagandistas. Casado con la condesa de Marín, María Ángeles Mellado.
Durante la guerra civil es detenido en Madrid, y se refugia en la embajada de Chile, donde conoce a su paisano el aragonés José María Albared, amistad de la que habrán de surgir muchas consecuencias. Pasa a la zona nacionalista y forma parte, en 1938, de una gran campaña de propaganda por la causa de Franco en diversos países de Hispanoamérica. Poco después de terminada la guerra es designado ministro de Educación, cargo en el que permanece desde el 9-VIII-1939 al 19-VII-1951, y desde el que favorecerá muy destacadamente la postura nacional-católica, la duradera ley Universitaria de 1943, la expansión de la enseñanza media a cargo de centros de la Iglesia y, especialmente, el ascenso de destacados miembros del Opus Dei en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas -donde Albareda será secretario general de 1939 a 1966, en que fallece-, en la revista Arbor desde 1943 y en las oposiciones a cátedras, la designación de cuyos tribunales depende prácticamente del ministro.
Miembro nato de las Cortes organizadas por Franco a partir de 1943, permanece en ocho legislaturas, ocupa también la presidencia del Consejo de Estado, del C.S.I.C. ya citado (desde 20-I-1949 a 19-VIII-1967), y, durante cierto tiempo, depende de su ministerio la censura y el aparato de propaganda del régimen. Tras su cese, en 1951, marcha como embajador a Lisboa, sustituyendo a Nicolás Franco, y estableciendo importantes conexiones con D. Juan de Borbón en nombre del general Franco durante el largo e importante período 1951-1967, fecha en que solicita regresar a España por motivos de salud, falleciendo dos años después. Su hija Pilar está casada con Leopoldo Calvo-Sotelo.
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José Ibáñez Martín  1948-1992
José Ibáñez Martín Ministro de Educación Nacional de España (1939-1951), nació en Valbona (Teruel) el 18 de diciembre de 1896 y falleció en Madrid el 21 de diciembre de 1969. Licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras (logró el Premio Extraordinario en ambas carreras) por la Universidad de Valencia. Inexcusablemente ligado al gobierno del General Franco, su primer trabajo consistió en la preparación, en 1937, junto a hombres como Fernando Valls Taberner (diputado de la Lliga regionalista por Barcelona en las elecciones del 16 de febrero de 1936) y Eugenio Montes Domínguez (escritor gallego, colaborador durante la guerra del bando nacional, 1897-1982), de una campaña de promoción del nuevo régimen en Hispanoamérica. Tras la renuncia de Pedro Sáinz Rodríguez como Ministro de Educación Nacional (27 de abril de 1939), el 9 de agosto de ese mismo año, Ibáñez Martín ocupa la cartera de Educación, formando parte del segundo gobierno de Franco. Compatibilizó sus funciones como Ministro con las de Presidente del Consejo de Estado. El 19 de julio de 1951 cesa como ministro y le sustituye Joaquín Ruiz Giménez. Es nombrado embajador de España en Portugal, hasta que en 1969 pide ser relevado por motivos de salud, falleciendo en Madrid ese mismo año. En 1967 ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, con el discurso Suárez y el sentido cristiano del poder político, que fue contestado por Luis Legaz Lacambra.
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José Ibáñez Martín honoris causa por la Pontificia de Salamanca
La Universidad Pontificia de Salamanca agradece a José Ibáñez Martín los servicios prestados: doctor honoris causa el 29 de abril de 1966.
«José Ibáñez Martín. Profesor y gobernante. Fué Ministro de Educación Nacional con el Generalísimo Franco, y ha realizado en su departamento una labor muy amplia y profunda en todos los órdenes. Ha concedido grandes subvenciones a las Universidades para mejorar sus locales y enseñanzas, ha logrado dignificarlas, creando en ellas los Colegios Mayores, Cátedras de ampliación de estudios, el Cuerpo de Capellanes y otros organismos muy necesarios, sobresaliendo, entre todos, su nueva Ley de Ordenación Universitaria. Para propulsar el movimiento intelectual de España, instituyó también el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, con sus Patronatos e Institutos respectivos, y ha dado tal impulso a la restauración de la Ciudad Universitaria, que ya están allí perfectamente instaladas algunas Facultades y Escuelas. En su labor diaria por el desarrollo y fomento de la instrucción pública y de la cultura en general, ha procurado mejorar todos los servicios y atender las aspiraciones de las Academias, y de los diferentes deseos suyos de que nada falte en ninguno de ellos.» (Enrique Esperabé de Arteaga, Diccionario enciclopédico ilustrado y crítico de los hombres de España, Madrid 1956, página 247.)
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«José Ibáñez Martín (1896-1969) Catedrático y Político. Eminente figura del mundo universitario, Catedrático, Ministro de la Educación durante doce años, Fundador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, José Ibáñez Martín Conde de Marín, nació en Valbona (Teruel), el 18 de diciembre de 1896 y murió en Madrid el 21 de diciembre de 1969. Licenciado con Premio Extraordinario en las Facultades de Filosofía y Letras y de Derecho de Valencia, se doctoró en la Universidad de Madrid, consiguiendo después, por oposición, la Cátedra de Geografía e Historia en el Instituto San Isidro de esta capital. Ha sido Presidente de la Diputación de Murcia y Diputado a Cortes en varias legislaturas de la República. En 1937, formó parte de la misión de información enviada por el Gobierno del Generalísimo Franco a diversos países de Hispanoamérica. El 19 de agosto de 1939, fue nombrado Ministro de Educación Nacional, cargo que ocupó hasta el 19 de julio de 1951. En el primer Pleno de las Cortes Españolas presentó y fue aprobada una Ley de Ordenación de la Universidad Española por la que se crearon las nuevas Facultades de Ciencias Políticas y Económicas y se incorporaron a la Universidad con carácter de Facultad las Escuelas de Veterinaria. También durante su gestión ministerial se fundaron los Colegios Mayores y se promulgó la Ley de Protección Escolar (1944). Dedicó igualmente especial atención a la Primera Enseñanza, dictando la Ley de Ordenación de la Enseñanza Primaria. Posteriormente, fue aprobada por las Cortes la Ley de Enseñanza Laboral, elaborada durante su Ministerio y que constituye una de las más importantes realizaciones de la Enseñanza en España en los últimos tiempos. La promulgación de la Ley de Protección Escolar, la de Enseñanza Laboral y la fundación de los Colegios Mayores contienen una gran significación para el desarrollo de España. En 1939 funda el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, organismo que preside durante veintiocho años y al que da un impulso extraordinario. Al cesar de su cargo de Presidente de este organismo, es nombrado Presidente de Honor vitalicio. Procurador en Cortes de sucesivas legislaturas y Presidente de la Comisión de Justicia, desde 1951 a 1958 ocupó la presidencia del Consejo de Estado. En 1958 fue nombrado Embajador de España en Portugal, cargo en el que permaneció hasta su jubilación en 1969. Fue Doctor «Honoris Causa» de la Universidad Católica de Santiago de Chile y de la Universidad de Sevilla, así como Miembro Numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, de la Real de Bellas Artes y de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Estaba casado con doña María de los Angeles Mellado y Pérez de Meca, condesa de Marín. Obras principales: Dios y el Derecho, Hacia una nueva ciencia española, La investigación española, Los Reyes Católicos y la Unidad Nacional, Símbolo Hispánico del Quijote, Suárez y el sentido cristiano del poder político, &c.» (Diccionario Biográfico Español Contemporáneo, Círculo de Amigos de la Historia, Madrid 1970, vol. 2, pág. 847.)
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«José Ibáñez Martín (fallecido). Acenepista de Madrid. Antiguo colaborador de Primo de Rivera; ligado a los hombres de Acción Española y cofundador de la revista del mismo nombre. Antiguo diputado de CEDA. Ministro de Educación (1939-1951) fue el principal artífice de la infiltración de los miembros del Opus Dei en la Universidad. Presidente del Consejo de Estado tras su cese como ministro y, asimismo, presidente vitalicio honorario del CSIC. Embajador en Lisboa en 1958. Académico de Jurisprudencia en 1962.» (A. Saez Alba, La Asociación Católica Nacional de Propagandistas, Ruedo Ibérico, París 1974, páginas 306-307.)
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«Algo más que un gesto adulador.
«17 de julio, 1937. Querido amigo: Después de diez meses de calvario en la zona roja, en donde el sufrimiento ha adoptado lo más variados matices, Dios me ha permitido salir de aquel infierno, para llegar al regalo de la España nacional, en donde para fortuna de todos tan maravillosamente ha prendido el sentido heroico cristiano e imperial de los jubilosos días de nuestra grandeza. Si le sirvo de algo, me tiene Vd. a su incondicional disposición. Un abrazo de su siempre amigo,
José Ibáñez Martín. S.c. Calle de Valladolid, 10, 1.0 [Burgos].»
Dirigida a la Delegación de Prensa y Propaganda, y fechada el mismo día en que yo me incorporaba al frente, la tarjeta postal utilizada por Ibáñez Martín no carecía de casi ninguno de los requisitos de la parafernalia patriótica del momento: retrato en óvalo del generalísimo, bandera nacional, un gran «¡Viva España!» impreso y, por si todo ello fuera poco, otro «¡Viva Franco!» añadido a mano.
Había conocido a Ibáñez Martín siendo yo presidente de la Juventud Monárquica. Me dirigió a mediados de 1930 una carta para hacerme saber, además de su fervoroso monarquismo, que él pertenecía a la Juventud de la Unión Monárquica Nacional, donde se hallaban refugiados los supervivientes de la Unión Patriótica. Muy favorecido por la Dictadura, había sido teniente de alcalde del Ayuntamiento de Murcia y presidente de su Diputación provincial. El año en que me escribió era ya catedrático de Geografía e Historia en el Instituto de San Isidro, de Madrid.
Aun cuando no llegara a contar con él para las actividades de nuestra Juventud Monárquica, por el simple hecho de ser catedrático, solicité su colaboración cuando me disponía a lanzar una revista doctrinal, en el momento mismo de la caída de la Monarquía. La verdad es que no me hizo ningún caso. Tenía la mirada puesta, más bien, en las ventajas que pudieran derivársele de su contacto, como «propagandista», con Angel Herrera. A pesar de eso, movido por el afán de incorporar a mis tareas el mayor número posible de personas relacionadas con la cultura, le nombré vocal de la primera junta directiva de Acción Española, bien seguro de que halagaría con ello su vanidad. Y a esto se debió su detención gubernativa, el 17 de agosto de 1932, algunos días después de haber sido clausurado el local de Acción Española. El pretexto fue nuestra supuesta colaboración en el fracasado alzamiento de los generales Sanjurjo y Barrera.
Según he dicho ya en el primer tomo de estas Memorias, aquella medida se le reveló muy pronto al Gobierno como un auténtico palo de ciego. No tardaron mucho en ir saliendo a la calle los detenidos, a intervalos regulares. Uno de los primeros en abandonar la cárcel fue el marqués de Quintanar, como consecuencia, tal vez, de la visita que la joven marquesa hizo al ministro de la Gobernación, Casares Quiroga, para alegar la inocencia de su marido, con quien se había casado unos quince días antes. Tampoco tardaron mucho en ser liberados, consecutivamente, Maeztu, Pedro de Artíñano y Manuel Pombo Angulo, al ejercitarse en su favor diversas influencias. El último en salir fue Ibáñez Martín, por el que nadie intercedió, puesto que era prácticamente un desconocido. Permaneció más meses en la cárcel que la suma de veces que había asistido a actos organizados por Acción Española.
Esto no impidió, sin embargo, que en el resumen biográfico publicado en los periódicos, al ser nombrado Ibáñez Martín ministro de Educación el 9 de agosto de 1939, se le hiciese aparecer no sólo como figura destacada de Acción Española, sino incluso como «fundador» de la misma. Y para perpetuar de alguna forma tan valioso dato, Joaquín Sendra Oliver lo dejaría también consignado así, en el suplemento anual de 1949 a 1952 de la Enciclopedia Espasa: «En los últimos días de la Monarquía y durante el período republicano, intensificó su actuación política interviniendo activamente en la constitución del grupo intelectual Acción Española, cuya aportación ideológica contribuyó eficazmente en la génesis del movimiento nacional del 18 de julio de 1936». Claro es que ni siquiera se mencionaba en la reseña biográfica donde figuraba ese párrafo, que el personaje había militado, políticamente, en la CEDA y que en representación de este partido salió elegido diputado por Murcia en las elecciones generales de 1933.
Su conocida vinculación política, desde muy pronto, a Gil Robles no fue obstáculo para que se le continuara invitando a los actos de Acción Española. Hasta le hice hablar en un banquete organizado el 23 de enero de 1933, con motivo del cumpleaños de Alfonso XIII. Los oradores que para aquella ocasión escogí, con indiscutible intención política, fueron Esteban Bilbao y el bueno de Ibáñez Martín, quien puso el contrapunto de su no mala oratoria populista a los desmesurados trinos decimonónicos del viejo tribuno del tradicionalismo.
A todo aquello se debió, sin duda, el que me dirigiese Ibáñez Martín, apenas llegado a la España nacional, tan dócil y efusiva tarjeta; y también, por supuesto, a que todavía me considerase situado en la vecindad, cuando menos, del poder. No dudaba, por lo visto, que, dados mis antecedentes, podría yo contar algo en el futuro político de la nueva España. Buen chasco debió de llevarse al saber que me encontraba en el frente. No volvimos a tener más contacto. Mejor dicho, lo tuvimos de manera indirecta cuatro años más tarde; pero con una intención por su parte radicalmente opuesta. El sumiso fervor de 1937 se había trocado ya en implacable hostilidad. Creo que merece la pena avanzar unos pasos en la historia, para anticipar brevemente el relato del episodio. [...]» (Eugenio Vegas Latapie, Los caminos del desengaño. Memorias políticas 2, 1936-1938, Tebas, Madrid 1987, páginas 357-359.)
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