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sábado, 11 de noviembre de 2017

Noviembre2017/Miscelánea. LEYENDA DE LA SIMA DE RUBIELOS DE LA CÉRIDA

LEYENDAS D´O XILOCA
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LEYENDA DE LA FERIDA
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No se sabe a ciencia cierta la razón por la que a aquella mujer la apodaban, La Ferida. Lo cierto es que a su familia, como suele ser costumbre en estos lugares, siempre la habían llamado así. Y, si por curiosidad o por impertinencia,  alguien trataba de averiguar la razón de tal mote, contestaba que ésta se hallaba en lo más remoto y oscuro de la historia del lugar. Posiblemente, añadía, tenga que ver con lo que le aconteció a un antepasado mío en tiempos del cataclismo. Se explayaba en la explicación señalando que,  aquel día se abrieron los cielos y de una nube oscura brotó, como por ensalmo, una bola de fuego que acabó con cualquier rastro de vida en varias leguas a su alrededor. Cosa del demonio aseguraba ella y, también, lo creían todos los que habían oído alguna vez el terrible relato. Se piensa que aquella bola de fuego que llevaba tras de sí una cola luminosa y dejaba en el aire un desagradable olor a  azufre, tenga que ver con lo que ahora nos relata El Facho.
Señalan los más antiguos del lugar que, aquella soleada mañana, había salido el cura del lugar a una placeta que había delante de su casa a tomar el benigno sol otoñal. Sentado tranquilamente en su silla, leía el breviario y meditaba sobre las cosas de la Fe y los peligros y tentaciones a que a menudo nos somete el maligno. Tuvo un mal pensamiento, su mente le inclinaba al pecado… Se opuso con todas sus fuerzas a la tentación pero, por un instante su fortaleza cedió, dejo el libro en un costado y se entregó a los más impuros pensamientos.
Todavía no habían pasado unos instantes desde que el mosén hubiera entrado en el tortuoso mundo del pecado, cuando una “bola de fuego” pasó rozando el Torretón y fue a caer sobre el pobre curica.  En ese lugar se produjo un profundo agujero o sima. Pronto, alarmada por el suceso, acudió una mujer que estaba en las inmediaciones. Vio al cura como caía al abismo entre terribles gritos de dolor y nubes de polvo negro. Quiso la mujer, haciendo un supremo esfuerzo ayudarle a salir pero nada pudo hacer. En ese instante en el que el mosén se sumergía en el abismo, surgió del fondo una bestia con terribles  deformidades y cuernos de macho cabrío que trató de arrastrar también a la mujer a los infiernos, junto al párroco. Pudo, no sin un denodado esfuerzo, salvarse la mujer pero, de aquel trance le quedó en su rostro una terrible “ferida”. La herida le partía el rostro de arriba abajo rompiéndole la nariz y la boca, pero salvándole los dos ojos.
De este suceso tan singular, se atreven a decir algunos, que es el origen del apodo de la familia y, ahora, de esta buena mujer que nos relataba los hechos con tal vehemencia que parecía revivirlos en sus propias carnes.
SINGRA
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