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lunes, 23 de marzo de 2015

Marzo2015/Miscelánea. EL GRAN CAMBIO EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XX

Este hombre tuvo un sueño. Sacar a sus hijos de la esclavitud de la tierra.
LOS REBOTAUS DE CURA
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Entre estas dos fotografías que aquí mostramos; la que situamos al principio de este escrito y la que colocamos al final, está el Gran Cambio de España en el siglo XX. Un cambio que supuso el sacrificio de toda una generación, la ruptura de los moldes tradicionales y  el asumir que el reto suponía un coste alto, pero inexcusable. Este hombre arrugado y prematuramente envejecido, agobiado por los trabajos de una tierra fría, dura, debió y no dudo, en un momento de su vida, tomar una decisión heroica. Los hijos deberían salir a estudiar o a trabajar fuera. Si quería para sus hijos una vida mejor, ésta estaba fuera del terruño. Deberían abandonar el aladro, la dalla, la corbella, el macho, la remolacha, el zafrán, las ovejas… y deberían tomar la dirección de la ciudad. Hasta los años cincuenta del siglo pasado, España, Aragón y Teruel mantienen una población eminentemente rural. El cambio suponía, no sólo sacrificio humano, sino también un esfuerzo personal importante para conquistar un bienestar que se antojaba difícil y lejano. Los padres sabían que se condenaban a vivir, y quizá morir, solos en el pueblo. Acaso, sólo durante los veranos vendrían los hijos, los aquí llamados “conserveros”, pues en esta época estival le repasaban al abuelo la conserva y la libreta de ahorros. En aquella época las familias eran numerosas y la economía de subsistencia. Sacar el mayor número de hijos del hogar, era un esfuerzo que no estaba al alcance de todos. Los más capacitados para el estudio se llevaban al seminario, bien pagando, bien ayudándose de becas. Otros buscaban trabajo en las ciudades, se metían todos en un piso para hacer economías y sólo, con el tiempo y la mejora de las circunstancias, se empezaba a desperdigar el núcleo que había venido del pueblo unido como un apiña y asustado. Los abuelos seguían en el pueblo llevándoles a los hijos todo lo que podían en comida y en dinero.  El principio que guiaba a estas gentes era la razón cierta de que todo sacrificio tenía su recompensa. La emigración dejó la tierra desierta, más de 90.000 turolenses abandonaron estas tierras por esas fechas y luego la sangría siguió hasta nuestros días. La tierra quedó finalmente sema y sin brazos que la cultivara hasta que llegó la PAC.
El chico empezó en el Seminario Menor, muchos en el de Alcorisa, que para esas fechas estaba a rebosar. Si todo hubiera seguido su rumbo, el Seminario de las Viñas de Teruel se habría llenado. Pero, la emigración produjo un cambio, también de mentalidad. Aquellos hijos que los padres habían llevado al seminario, no quería ser ya curas. La incipiente modernización de la sociedad española les ofrecía múltiples atractivos. Tampoco estaban todos dispuestos a aceptar el celibato, ni otros votos… A la puerta del Seminario había un mundo por descubrir que ellos intuían en cada escapada que hacían los días de fiesta o en vacaciones.
De esta forma, tan intuitiva, los seminarios se vaciaron y se llenaros las Escuelas de Magisterio y las Universidades. Muchísimos de estos incipientes seminaristas han militado y militan en el socialismo. Creen en el esfuerzo personal y en la justa compensación a los sacrificios realizados. Piensan que la recompensa debe ser proporcional al esfuerzo realizado y aunque amantes de la solidaridad, saben que sin esfuerzo y sacrificio, no se logra una sociedad mejor, con mejores medios y mejores personas.
Saben que no es posible, todavía, una sociedad utópica. La utopía la crearon sus padres en una cabeza cubierta por una paupérrima gorra y un rostro machacado, unas veces por las escarchas y otras por los calores abrasadores de la siega. La utopía consistía, entonces, en vivir con cierta decencia, aunque hubiera que trabajar doce horas al día.
Ahora, rebotau de cura.
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