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martes, 17 de junio de 2014

Junio2014/Miscelánea. SIMPLÓN, EL HIJO DEL CARBONERO, ES ARROJADO A LA HOGUERA VESTIDO DE LA VIRGEN MARÍA EN UTRILLAS

LA QUEMA DE LA VIRGEN MARÍA***
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Desde Aliaga, por el barrando del Villarejo, subió Simplón hasta el lugar de Campos, que es una aldea perdida en lo más agreste de la sierra de San Just y en la que no encontró a ningún vecino que le quisiera asistir. Tuvo que atravesar aquellos inhóspitos cerros sin comida ni bebida pero, sobre todo, lo que más le mortificaba eran las zarzas y la maleza rasgado sus pies calzados sólo con abarcas y sus piernas, al descubierto. Al llegar a Palomar de Arroyos el muchacho estaba al límite de sus posibilidades físicas. Sin alimentación, caminando por el día y durmiendo apenas por la noche en alguna clóchina rocosa, el agotamiento y la desmoralización estuvieron a punto de hacerle desechar toda esperanza de supervivencia.
En Palomar tuvo la suerte de topar con un camión cargado de gente bulliciosa. Cantaban sin cesar himnos militares, bebían apurando el trago con desmesurada apetencia y agitaban una bandera bicolor que llevaban pinchada en lo alto de la cabina del vehículo. Sobre un fondo rojo y negro llevaban escritas las palabras CNT-FAI. El muchacho estaba descifrando el jeroglífico de letras cuando una miliciana joven lo cogió al vuelo y lo subió al camión en volandas. Era una mujer fuerte pero agraciada de cara. En nada se parecía a La Morta, de tan terrible recuerdo. La mujer se mostró desde el principio cariñosa con el zagal y le preguntó por su nombre. Simplón me llaman, dijo el hijo del carbonero, sin añadir más comentarios.  La miliciana se río como una destalentada, lo abrazó en su regazo y le dio calor. El muchacho, por un instante, se sintió feliz y agradecido a aquella mujer que lo acogía con tanto amor y que además le daba de beber. Tomo el zagal, pues llevaba todo el día sin probar agua ni alimento alguno, un buen  trago de aquel líquido rojo. Rápidamente le hizo efecto y su cabeza comenzó a darle vueltas como si estuviera loco. El jefe del pelotón le espetó a la mujer, ¡pero que bruta eres Juana!, el muchacho irá en ayunas y tú, lo primero que le das es vino… no tienes conocimiento. Qué conocimiento va a tener dijo otro miliciano si en Barcelona ha sido puta. ¡Puta sí, espetó ella, pero puta republicana! Sacó el jefe de su zamarra un trozo de pan seco, se lo empapó con vino y se lo dio a Simplón. Toma, come, no hay otra cosa…. ya sabes, quiso disculparse, estamos en guerra. Sin embargo a Simplón aquella guerra le parecía muy divertida. De momento, comía y bebía de aquel vino que le hacía marearse, no tenía que andar gracias al camión y aquellas gentes no paraban de cantar.
Pasaron veloces como el rayo por Escucha y en pocos minutos llegaron al siguiente pueblo. El lugar le  pareció lóbrego, feo y renegrido,  por el polvo del carbón y por lo oscuro y mal iluminado que estaba. Fueron directamente a la plaza del pueblo donde se encontraba el Comité Revolucionario Local (CRL). La plaza, en verdad, era un hervidero de gentes que se movían en todas las direcciones dando a su vez muestras de una gran desorganización y de un caos preocupante. Hombres con gorros rojinegros y grandes pistolones al cinto blasfemaban y se amenazaban unos a otros sin cesar. En este ambiente, hizo su entrada en Utrillas Simplón y puso pie en tierra.
Al bajar, la mujer le dijo a Simplón: tú, zagal, no te separes de mí. Y Simplón, que era un muchacho obediente le hizo caso. Seguramente, movido también por su desconcierto dado el enorme alboroto que reinaba en el aquel espacio tan transitado.
Se dieron órdenes, se organizaron rápidamente piquetes con segures, sierras, picos y barrenos de minero para encaminarse, luego, hacia la iglesia del lugar que estaba muy próxima.
Los hombres echaron abajo la puerta del templo y comenzaron a destruir, sin el más mínimo reparo, todo lo que encontraban a su paso. Unos tiraban los altares al suelo, otros los partían con sierras y hachas y, otros terceros, los llevaban al hombro hasta la plaza donde se preparaba una gran hoguera. Santos de escayola, crucifijos, tallas antiquísimas, confesonarios, predicadera, barandillas, órgano…. Todo era arrancado y pasado por el fuego purificador de la revolución socialista. Nada quedó dentro de la iglesia, desde la sacristía hasta el campanario, ni desde el atrio hasta el presbiterio. Una vez todo en la hoguera, la iglesia serviría como almacén al Comité Revolucionario Local (CRL).
Sin embargo, algo o alguien faltaban en aquella fiesta revolucionaria. Efectivamente, faltaba el colofón para que la orgía coronara su sinsentido.
En la esquina de la calle que da acceso a la plaza y proveniente de la iglesia, ya totalmente desmantelada, se oyó el sonido de un cornetín de órdenes que hizo a todos paralizarse y cuadrarse como estatuas (por primera vez). Pensaron que algún general llegaba y les pillaba in fraganti en aquel desvarío. Sin embargo, no fue así. Pronto vieron aparecer la peana que transportaba a la Virgen el día de las Fiestas Mayores del lugar, portada por cuatro milicianos perfectamente uniformados. A sus costados, otros cuatro soldados con antorchas encendidas iluminaban la escueta procesión. Sobre la peana, una Virgen María del tamaño de un niño, vestida con manto negro y rojo bordado en oro. Sobre su cabeza una corona de oro y entre las manos recogidas en actitud de oración un rosario de nacar blanco. Cerraba la comitiva Juana la miliciana. Entraron triunfantes en la plaza mientras que la gente expectante esperaba el final de este montaje escénico. La corneta tocó y la comitiva dio una vuelta alrededor de la hoguera.
En un momento dado el Comité revolucionario dijo al unísono: ¡A LA HOGUERA CON LA PUTA VIRGEN! ¡No!, gritó Juana. ¡Qué no es la Virgen, que es un niño! No queméis a Simplón. Todo esto es una broma y el niño no tiene culpa alguna. Para entonces, la peana, Simplón y todos los aparejos estaban en la hoguera. Juana en un gesto propio de madre coraje, se arrojó a las llamas y sacó al niño de la hoguera.
Simplón salió del trance con importantes quemaduras en todo su cuerpo, quemaduras que tuvo que curar  en el hospital del Comité Revolucionario (CRL), naturalmente. Durante su convalecencia, Juana, no se separó en ningún momento de su lado. Bueno, en alguna ocasión lo hacía por orden expreso del Comité Revolucionario (CRL). Se trataba de ejecutar unos pagares emitidos por dicho Comité en el que estaba escrito y sellado el siguiente texto: “VALE POR UN POLVO CON LA JUANA”. Ventilado el polvo (un servicio), la Juana volvía junto a Simplón (el hijo del carbonero) que pronto empezaría a trabajar para el todopoderoso Comité en la mina de carbón de Escuita, llamada SE VERÁ.
*** Sucedió, realmente, en el año 1936 aunque no en Utrillas.
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