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viernes, 30 de mayo de 2014

Mayo2014/Miscelánea. SIMPLÓN, EL HIJO DEL CARBONERO. CUENTOS EN EL GUADALAVIAR ( IV ) - ILUSTRADOS CON FOTOGRAFÍAS DEL MISMO RÍO

EL HIJO DEL CARBONERO***
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En una fría, imaginaria y apartada ciudad peninsular, que ejercía además la capitalidad de la provincia, vivía un padre que tenía la profesión de carbonero. Como el clima era gélido y los inviernos largos, ganaba mucho dinero aprovisionado de carbón a todos los habitantes de la ciudad y a los edificios oficiales. Los vecinos y amigos desconocían el color de su piel, pues siempre iba cubierto de una capa del negro mineral. Debido a esa apariencia tan negra y sucia tardó en encontrar mujer que quisiera casarse con él, a pesar de tener sus buenos dineros ahorrados. Por fin casó con Ramona, una mujer práctica, resuelta y sin remilgos, que presumía de no importarle el color del dinero.
Parió la Ramona un hijo pequeño, con la cabeza como una almendra, pero negro y tiñoso. Creció el zagal desgarbado, huraño y se desarrolló escasamente mientras doblaba las  esquinas de la ciudad por las tardes para llevar los mandados de carbón que recibía su padre  de los vecinos. No adelantaba, tampoco, en el colegio. Era mal estudiante y no hacía los deberes so pretexto que debía ayudar a su padre en el sucio negocio que llevaban entre manos.
Un día, llamó el maestro al padre para hablar de los estudios del hijo y del futuro que les esperaba. El zagal no vale, dijo el maestro al ver la negra cara del padre, ni para funda de cartucho. Pero no se preocupe, tal como están hoy las cosas ha tenido suerte, si tiene algún dinero ahorrado podremos hacerlo INSPECTOR DE EDUCACIÓN. ¿De cuánto dinero estamos hablando?, dijo rápidamente el padre. Se trata de un buen pellizco, tenga en cuenta que nos endilga buena alhaja.
Tal como prometió el maestro, el zagal llegó a inspector jefe. Pero, al poco tiempo, cambiaron las cosas porque hubo una drástica reforma en la administración pública de aquel país. El hijo del carbonero fue puesto de patitas en la calle y reducido a la más absoluta de las miserias.
Pobre de solemnidad vivía de la caridad pública, pero, guardaba un saquito de monedas de oro que le había entregado su padre al morir.
Se celebraban en aquella ciudad unas fiestas populares en las que instalaban puestos de comida en las calles. Al hijo del carbonero le habían dado, de limosna, una hogaza de pan cuando estaba mendigando en la puerta de la iglesia de Santiago Apóstol. Vio un puesto donde asaban carne y, como no tenía dinero, puso la hogaza de pan encima de la carne que se asaba sobre las brasas. Cogió el pan, que había tomado el gusto de la carne, y se lo comió con golosina. Visto lo cual por el dueño del puesto le dijo, págame la carne. Mas, el hijo del carbonero, le contestó. Si no he comido carne, como voy a pagarte la carne.
El dueño del puesto llevó al pordiosero ante el Juez de la ciudad acusándole de no pagar la carne. Pensó el Juez en el asunto, comprobó las dificultades de una solución justa y sentenció: “Volved el jueves al juicio público que se celebra en la puerta de la Catedral. Y tú, dijo señalando al mendigo, traerás todo el dinero que te dejó tu padre al morir.”
El temor se adueñó de la mente del mendigo aquella noche. Acurrucado entre cartones no podía conciliar el sueño pensando que iba a perder aquella bolsa que oro, último recurso para recuperar su dignidad.
Llegó el día del juicio y se presentaron ante el Juez, demandante y demandado. Bien, dijo éste, he estudiado bien vuestro caso y tengo una solución justa para ambos. Acercaos los dos y tú, dijo al pobre, saca la bolsa de dinero que te he mandado traer. Ahora, agítala con fuerza junto a la oreja del demandante. Así lo hizo presto, el pobre. Tras ello dictó el Juez sentencia: puesto que tú, señalando al pobre, tomaste el olor de su carne y tú, señalando ahora al dueño de la carne, has oído el sonido de su dinero, id en paz, la Justicia se ha cumplido.
Con este y otros sucesos de parecido jaez fue, el hijo del carbonero, alumbrando su corta inteligencia y saliendo poco apoco de la mísera vida que arrastraba.
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*** Dedicado, para su recreo y solaz, a los miembros de la ALTA INSPECCIÓN DE EDUCACIÓN de aquel lejano país imaginario donde habitaba el hijo del carbonero.
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