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lunes, 24 de diciembre de 2012

Diciembre2012/Miscelánea. ALMACÉN MODERNISTA DE TABACALERA ESPAÑOLA EN TERUEL

¿Qué extraño secreto guarda el antiguo almacén de Tabacalera Española en el Camino del Carburo? ¿Por qué sus ventanales aparecen tapiados y sus puertas están siempre cerradas?
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EL "TAJ MAHAL" TUROLENSE
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Volvió de las Indias rico pero viejo. Su amor de juventud aún le esperaba con una inusitada ansiedad y un profundo afecto. El encuentro fue íntimo y pausado, pues el amor que sus corazones todavía sentían aguardaba ese momento con plácido sosiego. Al día siguiente Luis empezó a contratar el personal necesario para al mausoleo que había prometido de niño. Ella no podía concebir el hecho de que él continuase con esa idea obsesiva y descabellada. Pero, a pesar de que Luis daba muestras de una cordura y de una racionalidad a toda prueba, en este asunto, era intransigente. Trajo piedra rodeno, de Bezas; madera, de Orihuela del Tremedal; ladrillos, de San Julián; hierro, de las minas de Sierra Menera. Contrato al mejor arquitecto que había en la ciudad, un tal Munguió, que sobresalía en el arte modernista y era el arquitecto del Concejo de Teruel. Con ello formaría el caparazón de la geoda que quería construir. Para su interior buscó los mejores mármoles y granitos. Trajo de Madrid los mejores especialistas en arte fúnebre. Los obreros, que trabajaban sin descanso día y noche, debían habitar obligatoriamente el cercano barrio del Jorgito. Tenían orden expresa de no comunicar a los vecinos de Teruel, nada de lo que sucedía en su interior. Por todo ello, las habladurías y comentarios eran moneda corriente en la vieja ciudad. Las ventanas que dan a pie de calle fueron cegadas, como está aún hoy en día, para que nadie penetrase en el secreto de su interior. Muchos llegaron a intuir los ricos materiales y piedras preciosas y semipreciosas que Luis mandó traer. Sin embargo, nadie más que él conoce con certeza su interior pues, los obreros, una vez terminada cada una de las fases de su construcción, tenían orden expresa de marchar fuera de la provincia. Hasta hoy día nadie conoce el secreto que guardan sus muros. Los expertos en arquitectura modernista han reflejado su belleza exterior, sin embargo, nadie puede ni siquiera por asomo determinar con precisión la riqueza que guarda su interior. Los túmulos funerarios fueron traídos de noche y celosamente ocultos de la vista de los ociosos. Se habla de riquezas increíbles, de jardines interiores, de fuentes de agua cristalina con grifos de oro y diamante, figuras de alabastro, mármoles de Carrara, maderas del Líbano, lapislázulis, turquesas, cuarzos, turmalinas, cornalinas, piritas, malaquitas, obsidiana, rubí, ágata, jaspe y amatista entre otras piedras de menor valor. El interior está dividido en estancias decoradas con ricas alfombras persas,  lujosas cortinas de seda china y fantásticas lámparas de Arabia. Tal fue el Taj Mahal o panteón que Luis, el Batanero, mandó construir a su amada, en un acto, a todas luces fuera de toda la lógica y del sentido común de las gentes de estas tierras. La noticia de aquella suntuosa construcción corrió de boca en boca y pocos sabían, ciertamente, el origen de aquel amor tan firme y sentido. Un amor nacido en la infancia y cultivado en los juegos y en los encuentros entre adolescentes. Un amor limpio y sencillo que nada sabía de dramas familiares pero si de apuesta, compromiso, sufrimiento y distancia.
Todo empezó muchos años atras, cuando Isabela vivía en una casa junto a la fábrica de luz del Carburo. Luis era hijo de  los bataneros. El molino de mazas estaba situado más arriba del Carburo, junto a la acequia que baja del Balsón de San Blas en el Guadalaviar. Por las mañanas, Luis que era más madrugador, al pasar por la puerta de la casa de Isabela le tiraba una piedrecita al cristal de su venta. ¡Venga, que ya es hora! Tenían que atravesar el río por el Puente de Hierro sobre el Turia, justo en frente de San Francisco y  subir por la Andaquilla hasta el colegio de Las Navarretes en la calle de Santiago. Aquella mañana estudiaban la geografía de Asia y sobre la lectura del texto había una fotografía del Taj Mahal. Después de la lectura, Luis tuvo un impulso emocional propio de sus pocos años. Cosa de niños, diría después la maestra. “Yo te construiré una tumba tan bella como esa de la India”. ¡Te lo juro! Isabela apenas prestó atención a lo que Luis le decía, pero el insistió. Marcharé a América, ganaré mucho dinero y cuando vuelva haré construir un edificio singular, en la vega de Teruel, que guarde para siempre nuestros cuerpos. Isabela trató aquella mañana, de quitarle esa idea de la cabeza a Luis. El era muy vehemente y cuando una idea se le metía en la cabeza persistía en ella días y días. Pensó Isabela que con los días desaparecería la obsesión, sin embargo, esta idea fija iba creciendo en su mente conforme el tiempo transcurría. ¡Déjalo ya, Luis!, le decía ella. Me estás asustando con esta historia tan peregrina. Eso sólo sucede en la India y en países lejanos. Pero Luis ya sabia de historias imposibles y de relatos fantásticos acaecidos, allí mismo, en su propia ciudad. ¿No era cierta la Historia de Los Amantes de Teruel? Su amor, por Isabela, no crecía con menos fuerza que el de Juan. Ahora ya no sólo era una vecina del barrio y una amiga del colegio. Isabela había crecido en su corazón echando raíces profundas y fuertes, unas raíces semejantes a las de la sabina. Los tajaderos, le decía él, se hacen con madera de sabina, pues aunque pases los siglos y se moje todos los días, no se pudre, permanece indestructible. Así es mi amor por ti, como la sabina, cada día más fuerte y más profundo.
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