Vistas de página en total

lunes, 10 de septiembre de 2012

Septiembre2012/Miscelánea. HISTORIAS DEL VOLAJE


MUERTE EN EL VOLAJE
*
Por Chusé María Cebrián Muñoz
*
A Pedro,  su madre lo parió segando, pues apenas pudo la mujer apartarse hasta el “ropero” y allí, oculta de la vista de los agosteros por unos haces de mies, vio la rotundidad del sol, a primeros de agosto, un niño fuerte y renegrido. Pedro nunca salió del pueblo, ni para hacer la mili. Conocía esta tierra porque la labraba con el arado romano. Conocía los árboles porque los plantaba, los podaba, los regaba y comía de sus frutos. Sabía de los ganados, de las alimañas y de las plantas curativas, porque con todo tenía trato. Su cuerpo se curtió rojo y severo con las aguas del Alfambra y con los hielos y las nieves del invierno. Como en todos los lugares de Aragón, Pedro era: “El tonto del pueblo”.
*
Presintió la muerte con la entrada de aquel otoño frío y húmedo. El latir decadente de su viejo corazón le indicaba que no tardaría en hacer el postrer viaje. Arrimado a las paredes de las casas, enfiló hacia las tapias del cementerio aquella mañana gris del primero de octubre. Sus ojos escudriñaron en todas y cada una de las lápidas y tumbas del cementerio buscando los nombres y los retratos de los difuntos. A todos los conocía y de todos sabía su nombre y “mote”. Leyó José Salesa y pensó: José “El Malo”, Francisco Cebrián, el tio Francho. Anotó en su mente fechas de días y años, calculó la vida de cada uno, recordó los pasos de los difuntos, sus andanzas por los caminos y campos del lugar. El cementerio es pequeño y por eso todo le era familiar y próximo. Finalmente se encaró con los nichos. Su vista cansada no alcanzaba a ver a los residentes más altos y eso le perturbó un poco. Quería tener noticia cierta de todos y poder reconocerlos en el más allá. Eran de su pueblo y seguro que en el Cielo se encontrarían también juntos. Por la tarde subió al Volaje y con el sol a la espalda, iluminando como un foco el valle, se sentó en un poyo situado en la cornisa del altiplano. Delante de él discurría un fértil valle poblado de choperas que con el incipiente otoño, tenían ya las hojas pintadas de dorados colores. Pensó en los cuadernos del colegio cuando era niño y como la maestra le dejaba pintar los paisajes de los libros de lecturas. Su vista recorrió el valle desde Villaba Baja hasta Teruel, mientras que los rayos dorados del astro sol, despedían destellos plateados de los yesares situados en la margen izquierda del Alfambra. Detrás se intuían los carrascales del Monte y las sabinas de Corbalán. Las esquilas de un ganado sonaron muy cerca y el pastor intuyó rápidamente su tristeza dulce y su apagado desdén. El sol cayó por fin tras los montes mientras que su sombra se alargaba hasta alcanzar las choperas. Mas, sólo fue él quién, aquella noche, durmió entre los cuernos de la luna creciente. Su cuerpo apareció velado entre beatas y su alma, suspendida, entre murmullos hechos oración. Las siemprevivas de las ventanas se tornaron moradas intuyendo la desdicha y en la puerta colocaron una cruz y un crespón negro. Tal fue su final en la tierra, como él había querido, como él había planeado. Su cuerpo cayó de bruces sobre la tierra que amaba en un golpe seco y sordo. Reconoceréis su tumba porque huele a espliego y pipirigallo, otras veces a majada y pajar, depende del lugar por el que transite su alma. Su alma... no dejó nunca el pueblo y aquí permanece entre nosotros por voluntad propia, sin embargo, por un don especial del Altísimo, hubiera podido elegir subir al otro Cielo.
*
*
*
*
*
*
*
*